Blue Valentine


Esta historia de amor está protagonizada por Ryan Gosling haciendo de Ryan Gosling y Michelle Williams haciendo de la rubia con cara de cerdita de Dawson crece. La narración superpone dos momentos, cómo se conocen y cómo es su vida años después, siendo el primero cuco y mágico mientras que el segundo arrastra con toda la bilis.

Ambos actores me ponen, aunque tras ver el desnudo en la ducha de Michelle Williams, creo que la prefiero vestida. Cabría esperar que con tal pareja de guapos la peli romántica saldría rodada, pero falla. No sólo porque el relato tenga ese regusto de déjà vu después de tantísimo romances cinematográficos sino también por sus actores, sin ningún feeling entre ellos y completamente encasillados.

Ves a Gosling y no piensas en otro personaje que no sea él mismo, el chico no demasiado guapo pero mono, con un físico cañón y muy sensible sin ser cursi, algo autista pero seductor y divertido. No sin razón el actor se ha tomado un descanso de las cámaras. Hasta él mismo debe sentir náuseas al verse en la pantalla. Lo han quemado en un tiempo récord.

En la segunda historia, donde ya no trabaja haciendo mudanzas sino pintando casas, los maquilladores le han añadido entradas y una gafas horribles acordes con la moda retroguay actual. Sin embargo, pasado el tiempo, sigue sin tener un gramo de grasa, sigue siendo una escultura romana. Y pese a sentirse atormentado y pimplar cerveza tras cerveza, sigue siendo tan comprensivo, tan perfecto, tan buaaAAARJ.

Tampoco hay que restarle culpa a Williams, tal vez más desconocida porque toda fama es poca bajo la sombra del hype del actor canadiense. En 2011, tuvo su lugar en los medios por su multipremiada actuación como Marilyn Monroe. Pese a los galardones conseguidos con Mi semana con Marilyn, Williams tampoco ofrece ningún matiz nuevo respecto a su Jen de Dawson crece y regala las mismas caritas de Peggy tristona.

La fotografía de la película tiene esa pátina antigua de las fotos hechas con carrete o con Instagram. Tampoco voy a criticar demasiado porque no tengo ni idea de fotografía y, encima, me gustó. En cambio, me cansó ese rollo de eludir explicaciones, de sólo mostrar. Es un recurso que nunca llega a concretar y del que se abusa mucho últimamente para elevar algo que no es más que lo de siempre.

En resumen, la idea de mostrar de manera verosímil el "después" de tantos falsos de amoríos del celuloide, contrastándolo con el onírico "antes", me gusta. El problema es que no funciona por esa manía de querer mantener la máquina a máxima intensidad en cada segundo del largometraje. Utilizar a los más guapos del momento tampoco sirve cuando están totalmente encasillados y no funcionan entre ellos.

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