Respeto por los derechos civiles


Se exigió de inmediato un aumento de fuerzas policiales. Se necesitaban armas más sofisticadas que no sometieran a la comunidad blanca a un peligro innecesario. La seguridad interna debía anteponerse a la nacional. La comunidad blanca solicitó al Congreso que suspendiera la fabricación y almacenamiento de armas nucleares, misiles balísticos intercontinentales y submarinos Polaris, y se concentrara en desarrollar bombas atómicas que sirviesen para destruir a un negro cabrón con una pistola sin poner en peligro a toda la comunidad blanca; una bomba atómica que un policía pudiese llevar en el bolsillo además de su porra y que no produjera radiactividad al explotar.

Entretanto, podían emplearse armas y maniobras convencionales para batir los guetos negros en busca de armas peligrosas e investigar al mismo tiempo a ciertos negros por posibles actitudes del mismo tipo. Pequeños tanques equipados con lo último en armas antidisturbios, como un pegamento para inmovilizar a los alborotadores haciendo que quedaran pegados entre sí en bolas de diez o doce personas, gas paralizante, polvos especiales para incapacitar a la gente con violentos ataques de estornudos, aerosoles para cegar temporalmente a cualquiera que se resistiera a una orden y dispositivos electrónicos similares a contadores Geiger, que reaccionaban únicamente a las pulsaciones combinadas de la piel negra y el acero empavonado, para su uso en la localización de asesinos negros con armas de fuego, eran necesarios en el patrullaje policial de las calles. Se llevaron a cabo registros, casa por casa, de todas las viviendas habitadas por negros, sin importar lo humildes que fuesen, y ningún negro con un trozo de hierro mayor que un cortaúñas estaba a salvo, a menos que fuera lo bastante hábil como para lograr tiempo para hablar. Y, aun así, la comunidad blanca exigió que los cuerpos policiales locales recibieran el apoyo de las fuerzas armadas nacionales. Al mismo tiempo, deploraban cualquier exceso que pudiese privar a los negros de sus derechos civiles.

Plan B, de Chester Himes
Trad. de Axel Alonso Valle
Ediciones Akal

No hay comentarios