Mascarillas para el resfriado en Japón


Una de las cosas que más ganas tenía de probar cuando viajé a Japón eran las mascarillas para el resfriado. Tenía mucha curiosidad. Los nipones, al mínimo estornudo, a los pocos grados de fiebre, se la ponen. Pude confirmar in situ que la usan en cualquier lugar y situación. ¡Todo sea por no faltar al trabajo ni a la escuela! Pero me corroía la duda: ¿eran cómodas de llevar?

En Kobe se dio la afortunada coincidencia de que, tras caerme encima el diluvio universal, degusté su famosa ternera con denominación de origen empapado de pies a cabeza en un elegante restaurante con el aire acondicionado a temperatura antártica. Con un resfriado y un dolor de cabeza de aúpa, fuimos aquella noche al luminoso barrio de Dotonbori, en Osaka.

Súper contento con mi mascarilla anticontagio.

Entre los cientos de tiendas abiertas en esa noche de neón, encontré una farmacia donde me compré el paquete de cinco unidades que encabeza esta entrada, de la marca GuardMax (juego de palabras homófono con "Guard Mask"). En la foto indica las diferentes capas que tiene. La que está en contacto con la piel está hecha de gasa de algodón. Luego, tiene un filtro antiestático y una capa germicida que utiliza el sistema "NOMOS" (?). La última está hecha de téxtil no tejido.

Lo que en España sólo se ponen los médicos, en el país del Sol Naciente se lo endosa todo cristo. Esa misma noche en Dotonbori vimos a una pareja de adolescentes enamorados paseando cogidos de la mano... ¡ambos con mascarillas! A ver, si los dos estáis con la porcina, nadie va a contagiar al otro. ¿Alguien puede imaginar a dos chavales en España saliendo por primera vez y haciéndolo embozados con dos tapabocas? ¡El menor riesgo es que pillaran un resfriado!

¿Dormido o muerto? La mascarilla de Schrödinger...

Nada más comprar el paquete, lo abrí. Después de ponérmela mal del derecho y del revés, acerté y... me la quité al minuto. No pude dejármela las pocas horas que estuvimos en el concurrido barrio. Yo pensaba que, dado que era una prenda de uso diario, transpiraría. ¡Error! Se forma una nube de humedad y calor que te empapa la nariz y los morros. Notaba como mi respiración se condensaba en mi ya de por sí congestionada nariz.

Esto es curioso. En Japón debes llevar mascarilla. No basta con llevarse un pañuelo a la boca cuando estornudas porque cuando toses estás rociando el entorno con tu saliva infectada e infecta. Ponerse la mano les resulta todavía más asqueroso. Sonarse en un silencioso vagón de tren es como tocar el claxon del auto de los payasos: es molesto y ridículo. Por el contrario, ir todo el trayecto pegado a sus cogotes sorbiéndote los mocos no les molesta en absoluto. ¡Cada cultura es un mundo!

En rojo, la calle principal de Himeji
que conecta la estación de tren con el castillo

Aunque debía retirarme la máscara cada equis tiempo, decidí sumergirme en sus costumbres y llevarla todo lo que pudiera. Supongo que les parecería absurdo que la tuviera puesta y, al cabo de un rato, me la quitase, pues hacía que el esfuerzo de usarla no sirviera de nada. Pero es que es muy incómodo. Sentía los granitos aflorando en mi inmaculado cutis en medio de ese clima amazónico que se creaba bajo la gasa de algodón.

¿Nos pareció totalmente inútil? Pues no. Le encontramos una utilidad. La avenida principal de la ciudad de Himeji conecta la estación con su famoso castillo en una recta hecha con regla. Uno no puede perderse. Sale y ve el níveo palacio al final de la calle. Desgraciadamente, ese desfiladero de cemento acanala el aire una cosa mala. Las mascarilla fueron geniales para protegernos del birují constante que soplaba. Sin duda, algo bueno sacamos de la experiencia.

Con mascarillas en la calle principal de Himeji

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