La bailarina de Ōgai Mori


Ōgai Mori es, junto a Natsume Soseki (Botchan, Soy un gato), uno de los mayores exponentes de la literatura japonesa de la era Meiji (1868-1912), una época de apertura al mundo tras la cerrazón que sufrió el país durante el periodo Tokugawa (1603-1861). La literatura europea llegó al país de golpe.

Hijo de familia samurái, con grandes dotes para aprender idiomas: a los cuatro años estudiaba chino clásico; a los ocho, holandés; más tarde, alemán. A los doce años inició el curso preparatorio para la universidad y a los diecinueve se licenció en la Facultad de Medicina.

Entró como cirujano en el ejército. En 1881 viajó a Alemania a estudiar higiene militar gracias una beca del gobierno nipón. Sería en este país donde tendría la historia de amor que inspiraría este cuento entre un joven estudiante japonés y una humilde bailarina alemana.

La pena es que el cuento en sí, descontextualizado y traducido, carece de sentido para el lector en español y parece no aportar nada. Sin embargo, es relevante en la historia de la literatura japonesa, no sólo por la nada habitual relación entre una occidental y un oriental, sino por el estilo.

Este es una de las primeras obras japonesas en que el protagonista habla primera persona y expresa sus propios sentimientos. En una sociedad donde el valor reside en lo colectivo, el individualismo es reprobado. Quien abusa del Yo, peca de darse demasiada importancia a sí mismo.

Además, su adaptación del vocabulario y la gramática típica de la lengua hablada en una obra escrita fue imitada por autores posteriores. Todo esto se pierde en la cuidada edición de Impedimenta, con un prólogo muy esclarecedor de Fernando Cordobés, traductor junto a Yoko Ogihara.

Pese a su valor en el contexto literario nipón, su lectura no me producido ni frío ni calor. Apenas son cincuenta páginas, excluyendo la introducción, de una narración correcta que no conmueve ni destaca, y que echa el telón de un modo tan brusco como simple.

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